El trastorno específico del lenguaje (TEL) ha sido descrito por distintos autores a lo largo de la historia. En Mendoza (2001), se describe que Weiner (1986) remonta el estudio de los trastornos del lenguaje hacia el año 1835. Sin embargo, las definiciones tales como características, criterios diagnósticos, etiología y desarrollo de este trastorno han ido evolucionando a través de las décadas y los distintos estudios, tanto en la población infantil como adolescente y adulta.
Según datos estadísticos, la prevalencia de este trastorno se estima en un 7,4% de la población en niños de kindergarden en la población de habla inglesa (Webster, R., Shevell, M. 2003). Fresneda y Mendoza (2005) la sitúan entre el 2 y 7% de la población infantil. En cuanto a la población chilena, los estudios indican la presencia de TEL en un 4% de la población infantil entre 3 y 7 años (Villanueva, Barbieri, Palomino, Palomino, 2008). Cabe destacar, que en un estudio realizado en la Isla Robinson Crusoe de Chile, a niños provenientes de familias colonizadoras de esta comunidad, la prevalencia del TEL se incrementó a un 35%.
Por otro lado, también se han estudiado los factores de riesgo de presentación de este trastorno, entre los que destacan la presencia de trastorno del lenguaje en progenitores, el orden de nacimiento, el nivel educativo de los padres y el sexo (Acosta, 2012), ya que es más común en hombres que en mujeres en relación de 2,8 a 1 (Arboleda y cols, 2007).
Por otro lado, también se han estudiado los factores de riesgo de presentación de este trastorno, entre los que destacan la presencia de trastorno del lenguaje en progenitores, el orden de nacimiento, el nivel educativo de los padres y el sexo (Acosta, 2012), ya que es más común en hombres que en mujeres en relación de 2,8 a 1 (Arboleda y cols, 2007).
Respecto a su conceptualización, el TEL se puede definir como una adquisición del lenguaje anormal, de desarrollo lento y desviado en relación a la edad cronológica del niño, que puede afectar a uno o más aspectos del lenguaje, sean éstos el fonológico, relacionado con los sonidos que componen el lenguaje humano; el semántico que abarca el vocabulario comprensivo y expresivo y sus posibilidades de asociaciones de palabras; el morfosintáctico asociado a la gramática comprensiva y expresiva de los enunciados; y el aspecto pragmático que se relaciona con el uso del lenguaje verbal y no verbal en distintos contextos de comunicación. Además, este trastorno puede presentar distintos niveles de severidad y no obedece a dificultades como déficit intelectual, Trastorno del Espectro Autista (TEA), daño neurológico, problemas sensoriales, alteraciones morfológicas o motrices o deprivación sociocultural. Por último, el TEL se refiere a una población muy heterogénea en sus manifestaciones y se caracteriza por ser resistente a la terapia ( Mendoza 2001, Acosta 2012, Fresneda y Mendoza 2005).
Una delimitación para el diagnóstico de niños con TEL fue entregada por Stark y cols (1981) en la que establecen los siguientes criterios mínimos (Fersneda y Mendoza, 2005):
- Nivel auditivo de 25 dB en la banda de frecuencias de 250 a 6.000 Hz, y de 25 dB en el reconocimiento de palabras familiares.
- Estatus emocional y conductual normal, por lo que se excluyen los casos que presenten problemas conductuales graves o problemas especiales de ajuste familiar o escolar.
- Nivel intelectual mínimo, por lo que se considera que no presentan este trastorno los niños cuyo CI de ejecución sea inferior a 85.
- Estatus neurológico sin signos de alteración, por lo que no alcanzarían el criterio de TEL los niños con claros signos neurológicos o con historia de traumatismo cerebral, epilepsia u otros indicadores de trastorno neurológico.
- Destrezas motoras del habla normales, con exclusión de los niños con problemas orales motores periféricos, deficiencias en la sensibilidad oral o anormalidades orofaciales.
- Nivel lector normal, en caso de que el niño haya iniciado el aprendizaje formal de la lectura.
En cuanto a los subtipos de Trastorno Específico del Lenguaje, las clasificaciones más mencionadas en la literatura actual son las de Rapin y Allen y del Manual diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV) (Mendoza, 2001, Rocha y cols,2005, Buiza y cols, 2007, Acosta, 2012). En primer lugar, Rapin y Allen definen tres categorías de trastorno en base a criterios sintomatológicos del TEL. Estas son los trastornos receptivo- expresivos que agrupan los subtipos: agnosia auditiva verbal (con problemas del procesamiento auditivo central) y déficit fonológico sintácticos. La segunda categoría corresponde a los trastornos expresivos que incluyen a la dispraxia verbal y el trastorno de la programación fonológica. Y la última categoría son los trastornos de procesamiento de orden superior, que abarca los subtipos de déficits léxico-sintácticos y déficit semántico-pragmático.
En segundo lugar, aparece la clasificación del DSM-IV, la cual se enmarca en un criterio clínico. Ésta divide al TEL en trastorno del lenguaje expresivo y trastorno del lenguaje mixto.
El primero se define por los siguientes criterios:
A) Las puntuaciones obtenidas mediante evaluaciones del desarrollo del lenguaje expresivo, normalizadas y administradas individualmente, quedan sustancialmente por debajo de las obtenidas mediante evaluaciones normalizadas tanto de la capacidad intelectual no verbal como del desarrollo del lenguaje receptivo. El trastorno puede manifestarse clínicamente a través de unos síntomas que incluyen un vocabulario sumamente limitado, cometer errores en los tiempos verbales o experimentar dificultades en la memorización de palabras o en la producción de frases de longitud o complejidad propias del nivel evolutivo del sujeto.
B) Las dificultades del lenguaje expresivo interfieren en el rendimiento académico o laboral o la comunicación social.
C) No se cumplen criterios de trastorno mixto del lenguaje receptivo expresivo ni de trastorno generalizado del desarrollo.
D) Si hay retraso mental, déficit sensorial o motor del habla o privación ambiental, las deficiencias del lenguaje deben exceder de las habitualmente asociadas a tales problemas.
El segundo tipo incluye los siguientes criterios:
A) Las puntuaciones obtenidas mediante una batería de evaluaciones del desarrollo del lenguaje receptivo y expresivo, normalizadas y administradas individualmente, quedan sustancialmente por debajo de las obtenidas mediante evaluaciones normalizadas de la capacidad intelectual no verbal. Los síntomas incluyen los propios del trastorno del lenguaje expresivo, así como dificultades para comprender palabras, frases o tipos específicos de palabras, tales como términos espaciales.
B) Las deficiencias del lenguaje receptivo y expresivo interfieren significativamente el rendimiento académico o laboral o la comunicación social.
C) No se cumplen los criterios de trastorno generalizado del desarrollo.
D) Si hay retraso mental, déficit sensorial o motor del habla o privación ambiental, las deficiencias del lenguaje deben exceder de las habitualmente asociadas a estos problemas.
Como se puede apreciar en la descripción de las clasificaciones clásicas, se enfatiza en la especificidad del trastorno. Sin embargo, las investigaciones actuales, en gran medida favorecidas por las neurociencias, han estudiado esta patología desde una perspectiva más generalizada de los procesos cognitivos (Buiza, Adrián, González, 2007). Es así como la bibliografía plantea que el niño con TEL puede presentar limitaciones en habilidades cognitivas específicas como la atención, el procesamiento temporal, la memoria de trabajo e incluso en sus habilidades motoras (Webster y Shevell, 2003, Buiza, 2007, Arboleda y cols, 2007). Estas nuevas evidencias serán profundizadas en apartados posteriores.
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